El destino, ¡qué gracioso!
se presenta ante ti y se mofa,
te muestra el placer y lo arroja,
tan solo para ser odioso.
Esta vez, el destino penoso
tenía una irónica y estúpida broma:
hacer que hablara la bella Paloma
sin estar mi cuerpo nervioso.
Quiso el destino, el truhán,
que yo estuviera ocupado,
que mi cuerpo anduviera abajo
y que no la oyera desde el desván.
Quiera el destino rufián,
que mañana, tranquilo y reposado,
permita a los amantes amados
hablar por horas al huracán.
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