La Ciudad (y II)

Esos no eran otros que las autodenominadas "Personas", en conjunto, con todos sus vicios, sus ansias de poder, sus estupideces, sus insensateces y sus supersticiones. Ellos acabaron con el idílico ambiente creado, lo sumieron en el más absoluto y vertiginoso caos. Los habitantes de la urbe, temerosos de represalias, guardaron silencio, y nunca más volvieron a levantar la voz. Aún así, inconscientemente, existía entre todos ellos una suerte de resistencia semisilente, que rehusaba aceptar todas las nuevas concepciones y convencionalismos impuestos por las Personas. Como parte de su cotidianeidad, seguían haciendo ciertas cosas, mínimas, que realizaban antes de la invasión. Valientes y cobardes...

La Ciudad (I)


Limitando al Norte, con las impertérritas murallas septicentenarias, al Sur con el inmenso azul marino, al Este con las miles de hectáreas de huertos cuajados de flores, presentimientos de futura prosperidad y al Oeste con los majestuosos montes orogénicos, se situaba la ciudad más bella jamás construida por la Humanidad. Jardines colgantes, al uso de Babilonia, acompañaban el serpenteo del río a través de la ciudad. La autosuficiencia a la que habían llegado les permitía vivir independientemente, sin necesidad de que otros les importunaran. Los dirigentes, hacía tiempo que se habían marchado, quedando la gestión para sus ciudadanos. Estos, gracias a la libertad, habían abandonado las otrora clásicas tertulias de bar para arreglar el mundo, en pos de un mundo realmente arreglado. Todo parecía idílico hasta que, por arte de birlibirloque se presentaron una serie de personajes, altamente peligrosos...