Instantes


Un instante. Esa mínima expresión de tiempo les había bastado.
Es admirable la capacidad de los instantes. Un instante determina el inicio o el fin de la vida. Causa consecuencias terribles o deseadas. Un instante decidió el inicio de todas las guerras, de todas las paces, de todas las treguas. Esa fracción de tiempo superior a un segundo. Eso les había sido suficiente. Sería bueno remontarse tiempo atrás; a la época en que se conocieron, y cómo, más tarde, fueron sabiendo cada vez más el uno del otro, de cómo se dieron cuenta de que se necesitaban mutuamente para por fin alcanzar lo que llevaban buscando tanto tiempo: ser felices.
Pero prefiero concentrar la atención en ese instante. Ese que los catapultó al éxtasis cuasi mareante, que los desorientó por completo y que sin embargo les causó tanto o más placer que cualquier situación que hubiera rayado la felicidad.
Una mirada en ese instante y todas las estratagemas que habían desarrollado de nada sirvieron. El beso a continuación terminó por hacerles comprender que no harían falta. Se amaban sin más, sin medias tintas, ¿para qué estratagemas?

Misandria (y 2)

descubrió que él no tenia esa malicia que a tantos (no tantas, incluso llegó a creerse enamorada de las mujeres, una especie de misandria) había atribuido. Fue franco con ella cuando le preguntó por lo que estaba escribiendo. Realmente estaba interesado en saber qué parte de ella estaba vertiendo sobre esa libreta maltrecha. Y eso fue lo que a ella le gustó, que no fue con medias tintas, ocultándo tras una máscara de falso interés un deseo de poseerla físicamente. Ella se lo mostró gustosa y quedaron, visto el afán del chico por leer más, en volver a verse a la tarde siguiente. Y le satisfizo en tal grado que quedaron el día siguiente, y el otro y el próximo. Siempre en la misma mesa, siempre en penumbra.

Misandria

Con esperanza contempló la vida que se le presentaba tras conocerle.
Aliviada ya de sus penas, de sus pensamientos catastrofistas y cuasi mortecinos, afrontaba su nueva vida con cierta ilusión, quizá con más ilusión que nunca nada en toda su vida. Debido a su personalidad no muy alegre y extrovertida, los últimos años de su no-vida (como ella misma denominaba a la vida que había llevado antes de conocerlo) habían forjado una personalidad un tanto pesimista y quizá huraña. Se asustaba de cuanto ente (no había personas; los únicos merecedores de ese título eran su padre y su madre) se acercaba a ella y le preguntaba algo o le mostraba una sonrisa. Creía a pies juntillas que siempre escondería algo oscuro, frívolo o endiablado, que por hache o por be acabaría matándola un poco más; doliéndole en fin.
Pero en el momento en el que lo vió...