La miopía le impedía enfocar bien lo que a lo lejos se le antojaban unos andares realmente característicos, y por ello, conocidos. Cuando se esa silueta se plantó ante ella como unos labios sutilmente humedecidos prestos a besarla, era ya demasiado tarde. No pudo resistirse al envite que supuso la mano en su espalda, rodeándola en un término medio, ni fuerte ni débil. Tampoco a la mirada que, intuyó, ella le dirigía. Sí, ella, la que le había hecho perder la cabeza, regresaba. Mas, ¿por cuánto tiempo?

No se molestó en desvivirse por descubrirlo en ese instante. Prefirió despejar sus dudas viviéndolo, que es como se aprenden de veras las lecciones.

Perruno

Este de aquí arriba es Perruno. Él gusta de ladrar por las noches, pero no a la luna como los lobeznos, si no a las estrellas. Se siente bien consigo mismo si ve un centelleo en el cielo oscurecido. Como si su ladrido fuera correspondido. Mueve la cola y sonríe enseñando todos y cada uno de sus dientes, pareciendo incluso amenazante. Suele correr y tropezarse, el bobalicón, al andar siempre con la cabeza en sus amadas estrellas, pero en las kermés que se organizan en el pueblo, siempre anda atento y nunca cambia el paso mientras baila. Es un can felicísimo, tanto, que hay veces que no puede soportarlo y se empeña en cabrearse por tontadas para paliar tanta alegría. Y yo esas veces no lo entiendo.