La miopía le impedía enfocar bien lo que a lo lejos se le antojaban unos andares realmente característicos, y por ello, conocidos. Cuando se esa silueta se plantó ante ella como unos labios sutilmente humedecidos prestos a besarla, era ya demasiado tarde. No pudo resistirse al envite que supuso la mano en su espalda, rodeándola en un término medio, ni fuerte ni débil. Tampoco a la mirada que, intuyó, ella le dirigía. Sí, ella, la que le había hecho perder la cabeza, regresaba. Mas, ¿por cuánto tiempo?

No se molestó en desvivirse por descubrirlo en ese instante. Prefirió despejar sus dudas viviéndolo, que es como se aprenden de veras las lecciones.

3 comentarios:

Marques de los heridos dijo...

Pero,¿no sera peligroso experienciar de nuevo el beso, de aquella que un dia se marcho y quizas jamas vuelva?
¿Donde queda la serena placidez de la estancia en el inmoble mundo de las ideas, estancia compartida con las esculturas de Policleto, la arquitectura de Ictinos y las Ideas de Platon?
¿Porque no solo mentar la existencia, actividad digna del admirable filosofo?
¿Que razones metaempiricas hay para volver a bajar a la calle de la vida?
Un fuerte abrazo camarada.

Lon Gisland dijo...

Siempre sorprendiéndome, hermano.
Por cierto, ¿cuando te pasarás a echarle un vistazo a mi blog?
;)

cocodrilo dijo...

Debía tener cuidadito, y andar despacio. A veces los regresos de quien nos hizo perder la cabeza... no son edmasiaado positivos.
Pero mi filosofía no me permite usar la cabeza, asique, ¡corazón!, ¡siempre corazón!. Corazón, y caricias.