Luz



La luz que lo inunda todo. La luz del atardecer. Luz crepuscular. Luz que no sólo ilumina, sino que reconforta. Luz que permite, entrecerrando los ojos, ver formas de todos los colores. Luz natural. Luz que refleja la verdad de los objetos. Luz casi dormida. Luz. Luz. Luz. Y siempre tu luz.


La hierba crecía por doquier. La antigua fábrica, antaño lugar de intenso trajín, de gente atareada que correteaba de aquí para allá, no era ya más que una vieja imagen borrosa. Ahora todo estaba florido, debido a la primavera y a las millones de goteras que hacían que el techo pareciera como si fuera a desplomarse de un segundo a otro. Las ratas, ora nuevas dueñas del lugar, campaban a sus anchas sin importarles la solemnidad de aquel lugar que había asistido a la producción del primer ser humano en serie. Siglos después de aquel hito histórico, apenas quedaban ya unos pocos cientos de los grupos bokanosvskificados Gammas y Epsilones. Estos se dieron cuenta del poder que tenían y acabaron con sus dominantes. Ahora, fruto de sus años de condicionamiento servil, no eran más que un puñado de alimañas que no tenían rumbo fijo.


(inspirado en Un mundo feliz de Aldous Huxley)

Pícara


Sonríes, y tiemblan ya los cimientos
que sostenían mi mente ahora ida
que ora vaga desnuda y perdida
esperando que le rocen tus vientos

Y me parece el tiempo ceniciento
gris y turbio, ya muerto y sin vida
si me alejo de tu boca dormida
inerte, yerma y sin ningún aliento.

Mas la mirada infinita susurra:
¡yo deseo también ser alabada,
pues digo mucho con un parpadeo!

Así que antes de que algo ocurra
con la frágil boca y la hostil mirada
los uno conmigo entre jadeos.


Pretexto


Me gusta no tener que decir nada. Usar solo las palabras como mero pretexto para aparcar al silencio por un instante. Y, una vez cumplida su función, dejar que se las lleve el viento, como cada vez que alguna se asoma por mi boca.



Bienvenidos al Oeste II

Lancé entonces una mirada a mi cintura y observé, atónito, como un revólver de considerable tamaño colgaba de una cartuchera. Qué diantres hacía yo allí, vestido de vaquero bueno, sin idea de disparar y con un brioso corcel gris perla esperándome era algo que me dejaba patidifuso.
Respirando hondo, me dirigí amablemente hacia los cuatreros, y aunque me temblaba la voz, les rogué que devolvieran lo robado. Una estruendosa carcajada brotó de detrás de sus pañuelos, de una manera casi mágica. Entonces agarré mi revólver calibre 38 y disparé a bocajarro. Como nunca he sido muy ducho en la puntería, apenas les rocé, pero comprendieron lo que quería decir. Soltaron las sacas y huyeron picando espuelas.

Desperté en el misísimo instante en que John Wayne disparaba su Colt. Maldito condicionamiento por sueño...