Estupidez coronaria

Mírate, ajado y dichoso
corazón estúpido, músculo rojo.
Sonríes al fatigarte,
gozas en tu latir;
¿qué se oculta bajo esa capa?
¿qué hay de bueno en
tanto trabajar?
No entiendo porqué sonríes
y me señalas cuando pregunto.
-¿Que por qué disfruto?
Porque estoy aquí, útil,
ajado, sí, pero válido,
quizá con grietas sangrantes,
pero quedo satisfecho
cuando me usas, y amas.-



Primer poema de verso libre. Va por usté, maestro.

La Ciudad (y II)

Esos no eran otros que las autodenominadas "Personas", en conjunto, con todos sus vicios, sus ansias de poder, sus estupideces, sus insensateces y sus supersticiones. Ellos acabaron con el idílico ambiente creado, lo sumieron en el más absoluto y vertiginoso caos. Los habitantes de la urbe, temerosos de represalias, guardaron silencio, y nunca más volvieron a levantar la voz. Aún así, inconscientemente, existía entre todos ellos una suerte de resistencia semisilente, que rehusaba aceptar todas las nuevas concepciones y convencionalismos impuestos por las Personas. Como parte de su cotidianeidad, seguían haciendo ciertas cosas, mínimas, que realizaban antes de la invasión. Valientes y cobardes...

La Ciudad (I)


Limitando al Norte, con las impertérritas murallas septicentenarias, al Sur con el inmenso azul marino, al Este con las miles de hectáreas de huertos cuajados de flores, presentimientos de futura prosperidad y al Oeste con los majestuosos montes orogénicos, se situaba la ciudad más bella jamás construida por la Humanidad. Jardines colgantes, al uso de Babilonia, acompañaban el serpenteo del río a través de la ciudad. La autosuficiencia a la que habían llegado les permitía vivir independientemente, sin necesidad de que otros les importunaran. Los dirigentes, hacía tiempo que se habían marchado, quedando la gestión para sus ciudadanos. Estos, gracias a la libertad, habían abandonado las otrora clásicas tertulias de bar para arreglar el mundo, en pos de un mundo realmente arreglado. Todo parecía idílico hasta que, por arte de birlibirloque se presentaron una serie de personajes, altamente peligrosos...


La miopía le impedía enfocar bien lo que a lo lejos se le antojaban unos andares realmente característicos, y por ello, conocidos. Cuando se esa silueta se plantó ante ella como unos labios sutilmente humedecidos prestos a besarla, era ya demasiado tarde. No pudo resistirse al envite que supuso la mano en su espalda, rodeándola en un término medio, ni fuerte ni débil. Tampoco a la mirada que, intuyó, ella le dirigía. Sí, ella, la que le había hecho perder la cabeza, regresaba. Mas, ¿por cuánto tiempo?

No se molestó en desvivirse por descubrirlo en ese instante. Prefirió despejar sus dudas viviéndolo, que es como se aprenden de veras las lecciones.

Perruno

Este de aquí arriba es Perruno. Él gusta de ladrar por las noches, pero no a la luna como los lobeznos, si no a las estrellas. Se siente bien consigo mismo si ve un centelleo en el cielo oscurecido. Como si su ladrido fuera correspondido. Mueve la cola y sonríe enseñando todos y cada uno de sus dientes, pareciendo incluso amenazante. Suele correr y tropezarse, el bobalicón, al andar siempre con la cabeza en sus amadas estrellas, pero en las kermés que se organizan en el pueblo, siempre anda atento y nunca cambia el paso mientras baila. Es un can felicísimo, tanto, que hay veces que no puede soportarlo y se empeña en cabrearse por tontadas para paliar tanta alegría. Y yo esas veces no lo entiendo.