Déjame

Déjame en paz, en reposo.
Déjame comer cuanto quiera.
Déjame volar ya alto.
Déjame apartar la maleza.

Déjame, quiero estar solo.
Déjame cerca la hoguera.
Déjame tomarte la mano.
Déjame acercarme a tu vera.

Déjame, de algún modo.
Déjame pasar la puerta.
Déjame, en vano.
Déjame mirarte de cerca.

Déjame, sin que sepas cómo.
Déjame admirar cómo quema.
Déjame vivir sin amo.
Déjame, pero no me dejes nunca

Conversación tras la lectura del Poema 20

Quiero escribir el poema más triste
pa' que la pena que tengo
me brote y me esquilme.

Quiero escribirte un poema tan triste
que apague tu fuego interno
con tu llanto de cisne.

Y trato, y trato, y trato todavía
de escribir la tristeza
y lo único que se me ocurre
es que me duelen las venas.

Invoco entonces a Basoalto,
por ver si él me auxilia
y me susurra flojo al oído:
"un hombre que llora
no lo hace por alegría;
un hombre que llora
es que está muriendo en vida"

Le agradezco al maestro
su apoyo y ayuda.
Y antes de que se marche le grito:
¿Por qué? ¿Por qué señor Neruda?
Se encoge de hombros y dice:
"Por que eres un idiota real.
Porque cuando la dicha se alcanza
solo un idiota la lanza"

Y me siento en el portal
y me fumo un cigarro,
aspirando a la tristeza,
de lado.

Del olvido

Olvídame.
Aléjame de tu mente.
Olvídate 
de mis manos y mi vientre.
Te pido de corazón
que no te olvides de mi casa.
Me pido yo al corazón
que se me olvide tu cara.

No quiero verte correr
cada vez que no te tengo.
No podrás verme correr,
porque yo me quedo quieto.
Ojalá y que no me olvides,
como si fuera ya muerto.
Ojalá y se te olvide
como si nunca fue hecho.

Olvídame.
Bórrame ya para siempre.
Olvídate
que ya nunca tendré suerte.
Te pido tan sólo ahora 
que si me olvidas, avises.
Te pido yo solo, ahora
recordar que me quisiste.

Variaciones en escuchando "Zamba del olvido" de Jorge Drexler.

Romance de un romance

Aconteció un mismo día 
que la toma de Granada.
Quinientos años: distancia.
Pero lo mismo: batalla.

De una casa con solera,
por gran tiempo asentada
en esa tierra tan limpia 
que es la huerta, la murciana.
Venía ella sin temor, 
sobre un violín cabalgaba.

Él, por su parte venía
de varias tierras lejanas
pero en su corazón, allí
Murcia oculta reinaba.
Venía él con lo puesto
pues no le quedaba nada.

Y hablaron desde muy lejos,
fantástica brujería,
y hablaron y hablaron tiempo
y vieron que se querían.

Se amaron así sus cuerpos,
besáronse cada día.
Cambiando de decorados,
su pasión era la misma, 
porque pensaron que al fin
 la búsqueda ya concluía.

Pasaron los meses, años.
Les sonreía la vida.
Viajaron a mil lugares, 
siempre con una sonrisa
porque no tenían miedo,
tampoco tenían prisa.

Mas de forma repentina
un día, allá en septiembre
partieron los dos muy lejos:
uno al norte y otra al este.

Ella dominó muy pronto
su nueva vis diferente.
Él, que era más corto, claro,
tardó varios largos meses.
Y aunque les era muy difícil 
conseguían sobreponerse.

Y una tarde de mayo, con sol,
sin motivo aparente
él habló y habló con bilis,
y usando un lenguaje fuerte,
atacó a su bienamada.
Ella, cual hija de Ceres,
embistió llena de vida.
Pelearon frente con frente,
y, como en toda guerra,
a ambos alcanzó la muerte.

¿Resucitarán sus cuerpos?
¿O sus almas aún calientes
transmigrarán tan tan lejos
que ya jamás puedan verse?


Síndrome de Cotard

Hiede a muerte mi habitación.
Mi cama, mi ropa, el estante.
Todo apesta a putrefacto,
a descompuesto, a carroña.

Se corrompía a poco,
cada día un saltito más;
una micra más de podredumbre 
iba cubriendo los muebles.
Pero hoy 
(sí, hoy; la vida tiene sus caprichos)
ha terminado por morirse.

Lo triste de todo esto,
si es que puede haber algo más triste,
es que la pestilencia a llegado a mí.
Noto como los órganos gotean,
se derriten poco a poco,
(la descomposición abiótica hace su efecto)
y poco a poco me necroso.
Advierto como una marea de enzimas,
pasan debajo mi corazón,
ya quieto,
y comienza el festín cadavérico.

!Dulce muerte ahora en vida!
quilos y quilos de cuerpo,
que ahora con rapidez las cresas,
atacan sin inmutarse.
(las larvas no piensan, sólo hacen su juego)

Anatema

Cuando te pienso solo, 
en mi habitación,
te detesto, te odio y te delezno.
Cuando te pienso en la calle, 
con gente a mi alrededor,
te quiero, te añoro y te siento.

Te quiero lejos, 
como un amor de verano,
como una caricia de hierba,
como un libro olvidado.
Pero también te quiero cerca,
como un beso en los labios,
un dedo en la llaga 
o un cuchillo afilado.
Te quiero de mil modos,
ora cerca, ora lejos,
ora en tus huesos, ora tú eterna.

Soy el caos, anatema,
límite de tu paciencia
y profunda herida interna.
Soy tu peor pesadilla, 
tu idea,
soy el rubor de tus mejillas,
mi lengua.

Me excuso hoy ante tus yemas,
ante tus dedos mojados.
Te pido ahora, si dejas,
que me olvides, 
sin dejarme de lado.

Mester de la libertad

"Una no ha nacido para obedecer a nadie.
Ni dios, ni tú, ni el rey habréis de dominarme"
me dicen tus ojos fogosos con fuerza bravía
que deslumbran a la muerte oscura que había.

Y siguen hablando aún en silencio conmigo:
"Yo soy libre, de veras, tanto como el trino
del jilguero que anda entre las ramas blancas
del chopo nuevo, preso él en la tierra blanda"

"Independiente de tus miserias y tus virtudes" 
me explicas ahora con tu parpadeo de luces.
"Dueña de mi propia vida, sin obligaciones,
porque otros jamás han tomado por mi decisiones"

Yo, abrumado por tu imponente soltura, callo
y por dentro sonrío, pues, siendo muy franco, 
ya estás sometida por cualquiera desde siempre,
porque el amor de los hombres esclaviza tu vientre.

No volver

Quédate donde estás, créeme.
Es mejor que no vuelvas, si es que algún día estuviste.
Aquí no te quiere nadie ya.
No vuelvas, no te muestres, no hables, no vengas.
Piérdete en el mundo, que aún sigue siendo muy grande, a pesar de todo.
El mundo por montera, ese es tu lema.
Dame la espalda, tapa tus oídos y corre.
Aquí no tienes sitio.
Sácame de tu cabeza, conviérteme en un mal recuerdo.
Huye.
Vive como si nunca hubiera existido.
Olvida mi cara, mi casa, mis manos, mis pies.
Vete, por favor.
Aquí no hay nada.
No hay nada porque cuando saliste,
con tu falda larga,
te llevaste la luz.
La alegría también se fue, el amor,
la vida eterna, el sexo y la pasión.
El calor y la luna también se fueron contigo.
Y no volvieron más.
Tu sitio no es una cueva de rencor, sucia y maloliente.
Tu sitio, permíteme el atrevimiento, 
es donde seas feliz.
Y yo, sin ti, no puedo serlo.