Misandria (y 2)

descubrió que él no tenia esa malicia que a tantos (no tantas, incluso llegó a creerse enamorada de las mujeres, una especie de misandria) había atribuido. Fue franco con ella cuando le preguntó por lo que estaba escribiendo. Realmente estaba interesado en saber qué parte de ella estaba vertiendo sobre esa libreta maltrecha. Y eso fue lo que a ella le gustó, que no fue con medias tintas, ocultándo tras una máscara de falso interés un deseo de poseerla físicamente. Ella se lo mostró gustosa y quedaron, visto el afán del chico por leer más, en volver a verse a la tarde siguiente. Y le satisfizo en tal grado que quedaron el día siguiente, y el otro y el próximo. Siempre en la misma mesa, siempre en penumbra.

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