
Un café. Necesitaba uno, para animarse un poco, durante un instante. Rebuscó entre los cajones, armarios y demás recovecos de la cocina, pero no encontró nada. Al fín dió con un viejo paquete, regalo de su tía tras un viaje por Colombia. Lo abrió y el intenso aroma fruto de demasiado tiempo empaquetado, casi lo dejó inconsciente. Se sonrió de lo rico y potente que estaría, así que comenzó, como acostumbraba, muy diligente, a prepararlo. Cuando se disponía a dar el primer sorbo, llamaron al timbre. Él, nervioso y a la vez cabreado, abrió. Era ella; ya no necesitaría el café.