Tango. Milonga

Representabas el culmen de la belleza porteña: nariz ganchuda, deje argentino que acariciaba las palabras cada vez que salían de tu boca, tu roja boca, roja de los miles de vasos sanguíneos que la recorrían. La melena lacia, morena, que cruzaba tu cuerpo y tapaba constantemente tus ojos verdes como el Mar del Plata, me causaba taquicardias cada vez que el viento lo mecía. Y sin embargo, a pesar de ser tan bonaerense, tenías más de europea. Sin duda ese crisol de razas y naciones que conforman la identidad de la Argentina, estaba en ti perfectamente representado.

Tras la cena, y sonriendo enseñando todos y cada uno de tus dientes, preguntaste: Ché, ¿me llevás a bailar milonga?
Mi cara de incomprensión debió ser magnífica, por lo que me explicaste que querías bailar tango.
Yo, que sólo haciendo el tonto con mis hermanos había bailado tango, me encontré en pleno barrio de La Boca, calle Garibaldi, tratando de no caer por la torpeza de mis pies y por el impacto de tu pierna elevada sobre mi mano.
Una vez terminamos de escuchar a nuestro tango insonoro, juntaste las manos y dijiste:
¿Sabés? No es bueno que vivas allá tan lejos.
Vi una lágrima que se escapó y te fuiste, lejos. Una vez más, las raíces españolas hicieron lo que debían, huir, huir sin motivo de peso, ante cualquier, ya fuera infundada o no, adversidad.

2 comentarios:

Elena-na dijo...

me ha encantado.

Marques de los heridos dijo...

Paroxístico, comovedor, deslumbrantemente humano pero por favor lee mi nuevo comentario y ahi encontraras tu critica oh venerado camarada de excelente prosa